A veces, un viaje es mucho más que un desplazamiento.​

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Guinea Bissau no fue solo un destino, fue permitirme mirar la vida desde otro lugar, más humano, más esencial, más real.

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Allí, entre paisajes humildes y sonrisas sinceras, descubrí que no se necesita mucho para vivir con el corazón lleno.

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Que el tiempo corre distinto cuando se mide en conversaciones, en miradas compartidas, en la risa de los niños que no tienen mucho, pero lo dan todo.

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En Guinea Bissau entendí que el fútbol puede ser mucho más que un juego: puede ser esperanza, unión, alegría compartida.

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Llevar ropa para ellos fue solo un gesto, pero ver cómo la recibían me hizo entender que a veces, lo que para uno es poco, para otro puede ser muchísimo.

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Guinea Bissau me recordó que hay una riqueza que no se cuenta en dinero. Se encuentra en la hospitalidad de quienes te abren su casa sin conocerte, en los colores vivos de los mercados, en la calma con la que se vive el presente. Es un país que late con fuerza, que te sacude y te enseña.

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Me llevo sonrisas que no se olvidan, abrazos sinceros y la certeza de que, a veces, dar un poco de lo que tenemos puede transformar mucho más de lo que imaginamos.

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Este viaje me enseñó que dar es recibir. Que compartir es multiplicar. Que lo esencial no se compra ni se enseña: se vive, se siente, se comparte. Y, que en los lugares más humildes, es donde vive la verdadera grandeza

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Vuelvo con menos equipaje del que llevé, pero con el alma más llena. Llena de historias, de aprendizajes, de silencios que dijeron mucho más que las palabras.

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Gracias Guinea Bissau, por ser ese lugar que me hizo recordar quién soy y lo que de verdad importa.